domingo, 25 de junio de 2017

Santiago, 25 de Junio de 2017.

Hace quince años cerré una de las etapas más importantes de mi vida: salir del colegio. Luego di la prueba de aptitud, y a pesar de haber quedado en Periodismo en la Univeridad de Playa Ancha,decidí tomarme el año y hacer un Preu. La verdad no tenía mucha certeza de lo que iba a hacer en el futuro (me costó años darme cuenta de eso) así es que entré al Pedro de Valdivia que está en Agustinas. La mayoría de mi círculo de amigos estudiaba en el Barrio Universitario, por lo que mi vida, irremediablemente , se desarrolló en el eje de la Alameda entre Universidad de Chile, República y Plaza de Armas.
Mientras estuve en el Preu conocí y me reencontré con personas que tiempo después tendrían algún tipo de injerencia en mi vida actual. Me causa gracia que dos de esas personas, al encontrarme con ellas años después, me hayan dicho que les llamaba la atención de que según yo en ese tiempo quería vivir en la calle. La verdad no recuerdo si ése era mi plan, puede que sí, pero no estoy seguro. Yo pienso que la cosa iba por otro lado.

Después de dar la PSU quedé en derecho en la Católica del Norte. Recuerdo que al final de ese año (2003), después de un carrete en la parcela de la Sofía Claro, me enfermé. Como según los médicos estuve casi listo para el pijama de palo, mi relación con la vida tomó otro matiz. Comencé a vivir una especie de Carpe Diem al límite.

Me fui a vivir a La Serena. Por ese tiempo me hice adicto a una columna de un escritor que se llamaba Ignacio Fritz, " Nihilista al acecho", que contaba la vida de un gueón joven que estudiaba Periodismo, muy lanzado, que había vivido en Europa y que se movía por todo el ambiente intelectualoide de escritores de Santiago, donde abundaban los tipos que se creían Charles Bukowski o Henry Miller. Al Nihilista le encantaba quedarse en distintos hoteles del centro de Santiago; pasaba cada fin de semana en uno diferente , y como a mí hace rato que me venía gustando la idea , lo empecé a practicar también cuando venía de visita a Santiago o cuando iba en el verano a La Serena a dar alguna prueba. Escribía historias de cuando me quedaba en el Hotel City de calle Compañía y sentía una especie de nostalgia al recordar la Plaza de la Constitución con lluvia.

En ese tiempo también escuchaba una canción de una película de Fuguet (Se arrienda). Me gustaba mucho y la escuché durante años, incluso en Buenos Aires y Europa. Nunca me di el tiempo de ver la película, pero la semana pasada al fin lo hice. Me sentí hiper identificado con el personaje principal, sobre todo en lo de volver a Santiago después de haber estado años afuera y ver como tus amigos habían cambiado,las personas que conociste tiempo atrás habían cambiado, la ciudad había cambiado, y tú con una mentalidad diferente (a veces chocante para el conservadurismo santiaguino), empezando de cero en todo sentido y sintiendo que no encajabas en nada. Para más remate, dentro de la misma peli había un corto de un tipo de pelo medianamente largo, abrigo y un sombrero que vivía en un Santiago vacío, sin personas, y sí, había muchas tomas en que se mostraba que el tipo se paseaba por el Hotel City.

Más que las coincidencias y la película en sí ( que es de un existencialismo algo pobre), me llamó mucho la atención el tiempo en que me postergué verla, y que justo ahora, que vivo una etapa extraña, pero donde al fin puedo decir que tengo estabilidad o que al menos lucho para ello, me haya decidido a mirarla. Sentí que todo calzaba en el momento justo, que las cosas pasan no porque sí, ni al azar. Fue una especie de racconto de mi propia vida pasada, una vida a la deriva, enamorado del pasado, siguiendo por seguir, sin aspiraciones ni metas. Una vida donde uno puede escapar siempre a otra ciudad,a jugar a ser un personaje diferente, pero en tu maleta todo tu pasado sigue ahí. Basta con abrirla.

Creo que estoy justo donde tengo que estar. No reniego de mi pasado ni de las personas que he conocido; cada una de ellas me ha enseñado algo valioso. Estoy feliz de sentirme que voy por el camino correcto, que encontré mi ruta, que tengo claridad de lo que soy y lo que quiero conseguir. De la vida que quiero tener. También soy consciente de lo que no quiero para mí, de las cosas que me hacen daño. Hace tres semanas más menos, tuve una experiencia heavy que me mostró lo valioso de saber poner límites, al mundo exterior y a tí mismo. Que la vida es ahora y hay que labrarse el futuro. Que la caridad siempre empieza por casa.

sábado, 10 de junio de 2017


ALEX VALDERRAMA·DOMINGO, 4 DE JUNIO DE 2017


¿Qué cosa puedo escribir de Stephen King que no se haya dicho? Es un superventas, es traducido a un sinnúmero de idiomas, tiene más de sesenta libros publicados, etcétera. Todos lo conocemos como uno de los grandes escritores de terror en lengua inglesa, si no el mejor. El más potente. Cuando me compro un libro suyo, sé que me encontraré con una novela ladrillo, de quinientas páginas como mínimo (o más), que me sumergirá en un mundo nuevo, escalofriante. Quizá no sea tanto por lo escalofriante, claro, pero las historias que muestra son notables en cuanto a su rareza, si pensamos que lo raro es algo sobrenatural.
Stephen King nació en 1947 en Estados Unidos, específicamente en Portland, Maine, y es sin duda uno de los escritores con más adaptaciones al cine sobre lo que ha escrito. Cuando busco una novela de terror, más que sobrecogerme con lo que voy a leer, estoy buscando entretenerme con una historia que me muestre un mundo oculto, claro que con principios visibles, tangibles. Así pasó cuando me zampé “It”, una novela larguísima de King sobre un payaso que se transformaba en los miedos más horribles de todos los niños que vivían en Derry ,y es obvio que me cagué de susto, no tanto por el terror en sí mismo, cosa que actualmente no me pasa con las novelas de terror , pero creo que esa novela es una alusión a una historia horrible que pasó en pleno siglo XX, el tiempo en que la civilización ha pasado por tantos horrores que ya nada es lo suficientemente trágico para que produzca una parálisis de terror o que se te paren los pelos.
En Chile las novelas de terror no funcionan.Pero esto no es totalmente cierto, pues en sociedades más desarrolladas a nivel intelectual el tema radica en que el mercado lo absorbe todo y hay cabida para todo; por tanto si esta premisa fuese válida, en Chile se podrían publicar muchísimas novelas de terror. Pero el mundo literario en Chile es muy enano; los escritores siguen escribiendo sobre lo que pasó en la dictadura, en sus familias oligárquicas o proletas, pero poco o nada hay de cabida para textos de terror que hagan honor a lo que King hace. En un viaje por Sudamérica, hace ocho años, me leí una novela de King de mil páginas, Apocalipsis, su obra más ambiciosa, aunque todas las novelas de King son ambiciosas. Contaba la historia sobre un hecho que no escapa a toda lógica, el fin de mundo (cosa que puede pasar en cualquier momento), pero el tema de fondo en las novelas de King es cómo te puedes quedar bien cagado de la cabeza con lo Oculto, lo que se escapa de las manos. Por ejemplo en “Christine”, que trata sobre un auto maligno que cobra vida, es el prototipo de texto que tal vez nos hace reflexionar quizá el mayor problema está en cómo los seres humanos tomamos las situaciones que se nos presentan, sobre todo si estas escapan a toda lógica y te confunden. O “Cell”, la primera novela sobre zombis, o algo muy similar, siempre con la idea de que el mundo se acaba, el Juicio Final.
Sería la raja hacerse millonario escribiendo sobre una escolar con poderes síquicos, como en “Carrie”, o sobre un cementerio indio que hace revivir cadáveres, o sobre una fanática que termina secuestrando a su escritor fetiche como en “Misery”. Stephen King es un hombre preparado para escribir de tal manera que cuando lo lees en Chile, te das cuenta de que nada de lo que se produce aquí está a la altura de lo que en los Estados Unidos se fabrica. Una figura como Stephen King puede hacerte pensar que el mejor superventas chileno no es nada en comparación a lo que King puede escribir cuando se le antoja. Y aquí me gustaría decir que los escritores chilenos nunca escribirán como King , porque todavía están pegados en la dictadura. Porque aquí el terror, como dije hace unas líneas, está relegado a un plano inferior, jamás se hará una novela como El resplandor porque no da para hacerlo, es mejor estar escribiendo de un pendejo guatón que se hace amigo de un cabro cuico. Stephen King jamás hubiera existido en Chile, porque jamás lo hubieran publicado en Chile. Tal vez si escribieram un “Salvador Allende, cazador de hombres-lobo” , probablemente se trataría de sacar algo, pero igual, creo que no hay cabida para el terror en Chile. O tal vez puede que me equivoque. Ojalá. Lo cierto es que Stephen King nos da que pensar. Escribe como los dioses, y eso significa que es un dios. Un dios pagano del terror.

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